La plasmación de la observación de la naturaleza vertebra el tercer poemario de Esther Muntañola (Madrid, 1973). Esa mirada se transmite en un ritmo pausado, en un registro meditativo que recoge con delicadeza lo que tiene ante sí.
Muntañola, también artista plástica, despliega precisión y evocación al mismo tiempo en unos versos certeros, construidos, afinando la síntesis, con frecuencia con oraciones formadas solo con sintagmas nominales. En ese sentido, sobresale su capacidad de nombrar la raíz de lo contempla, enhebrando algunas imágenes y metáforas brillantes. De hecho, su mirada sobre la naturaleza resulta también una mirada transformadora, pues lo observa desde un enfoque metafórico. La poeta toma el entorno como un juego de relaciones y coloca a los elementos naturales en correspondencia con un nuevo orden (el de la metáfora). Su mirada no meramente recoge, por tanto, sino que reorganiza.
Por su parte, otra serie de poemas caminan por un registro narrativo, pero que también se articula alrededor de la evocación.
Esa mirada asimismo se detiene en el entorno humano. El enfoque es radicalmente humanista, de denuncia de la vulneración de los derechos humanos. Al respecto, se centra en los refugiados, sobre los que versan varias piezas. A su vez, un grupo de relevante de esos poemas narrativos gira alrededor de recuerdos de distintas guerras de diversos lugares del mundo. Entonces, la autora recupera y reactualiza el horror de antaño y nos lleva al de hoy, a la tragedia de la exclusión de los movimientos migratorios.
Ambas miradas conviven y llegan a converger en no pocos textos. No en vano, se llega a producir una transmutación del cuerpo en elementos de la naturaleza. Además, se registra una atención especial a la semilla tomada como símbolo de la potencia de vida.
Por último, hay que constatar que, en todo el volumen, se superpone una orientación vitalista. Muntañola lanza un continuo canto al amor, al compañerismo, a la fraternidad. El que recoja el impacto y la agresión medioambiental de las personas sobre entornos concretos y cercanos debe interpretarse como una muestra de su expresión (en concreto, como una queja sobre su ausencia).
Así, pues, una mirada que penetra y reconstruye es la que vierte Esther Muntañola a través de un verso afinado y una gran habilidad para la síntesis y la captación impresionista del entorno.
Reseña y Selección de poemas por Alberto García-Teresa.
Obra: Comiendo de una granada, de Esther Muntañola, Ed. Bartleby, 2017.
Marais Poitevin
Semeja la calma.
Es laberinto. Marisma.
Árboles como orilla, límite, ciudadela,
muros de raíces blancas
aves, insectos, pequeños mamíferos.
Caudal vegetal. El mundo ya sólo así.
Quietud.
Se buscan los árboles en el agua
y el agua ofrece constelaciones verdes,
estrellas verdes, pequeños fuegos.
Enrojece el espino, se enredan los fresnos,
y hay flores minúsculas y raras
y libélulas y pájaros miedosos.
Los árboles trazan
el camino del agua.
Caer
Abismarse en el amor, caer.
Las hojas como escombros a los pies de los árboles.
La guerra del invierno en los pies de los hombres.
El barro.
La mirada en la ceniza azul del cielo.
Comenzamos el otoño
Comenzamos el otoño
comiendo de una granada,
otra vez el tiempo acelerándose
jinete del vacío.
Llegaban fotos de Plutón
tomadas por la sonda Ceres
y acumulábamos fruta sobre la mesa.
En el mar que nombramos nuestro
encallaban personas que no llegarían a Europa
huyendo de la barbarie,
de la ignorancia que mata.
Millares, iguales a nosotras, a nosotros,
dejándose los pies, el alma, la heredad de la tierra.
Así comienza este otoño
que fuera no promete nada,
y temo al invierno por ellos,
al hambre, a la locura del dolor.
A la falta de amor en los ojos de los hombres.
Esther Muntañola (Madrid, 1973) es Licenciada en Bellas Artes por la UCM y Profesora de Dibujo de Secundaria. Mantiene en paralelo a la escritura su actividad como artista plástica. Ha publicado los poemarios En favor del aire (2003), Flores que esperan el frío (2012) y Comiendo de una granada (2017). Escribe regularmente en el blog «Materia y aire».