Augurio es la primera novela del poeta y filósofo David Aceituno, y otro de los títulos que nos obligan a mencionar el genial trabajo que están haciendo en Ediciones Paralelo.
Una propuesta arriesgada, alejada de los estándares del mercado literario, en cuanto a forma y contenido, que merece una lectura atenta y profunda.
La novela se centra en la vida de dos personajes principales que viven momentos de cambios en sus vidas: Ingrid, una mujer madura en plena crisis matrimonial y madre del segundo personaje, Silvia, una adolescente inteligente pero egoísta e insegura. Dos mujeres, que se enfrentan a una nueva etapa de su vida, madurez y adolescencia, y en la búsqueda de sí mismas pierden los finos lazos que las mantenían unidas, así como la esperanza de encontrar su lugar en la sociedad en la que viven.
Además de otros personajes secundarios, existe también en Augurio un tercer personaje con tremenda fuerza en el hilo argumental, un personaje que funciona como símbolo, y está presente desde el inicio hasta el final: la Muerte.
En el libro se dan todas las muertes posibles y todas son ineludibles e igualitarias: la muerte accidental, la muerte provocada, la muerte del amor (el divorcio), la muerte del cuerpo (la enfermedad), la muerte de la maternidad, la muerte de la inocencia (la adolescencia), la muerte de la razón (la locura), etc.
Todas las muertes son símbolo del final, y a su vez, inevitablemente, de un nuevo comienzo. De esta forma, la muerte se convierte en el verdadero desencadenante de la acción de los personajes: la muerte de los otros proyectada sobre sus vidas. La muerte de los otros, como la única muerte que puede experimentar un vivo, esto es, la muerte que no es un final, sino un «augurio» de nuestro inevitable final.
A pesar de todo lo dicho, Augurio no es una novela oscura o agresiva, sino todo lo contrario. David Aceituno despliega durante toda la novela un maravilloso juego de luces y sombras, constante y revelador. Hay luz en el paisaje, en las voces, en el lenguaje, en los personajes secundarios, en su propuesta de reflexión.
Ambas están perdidas en el juego de su doble vida, encerradas en las paredes de su propio pensamiento, donde no pueden huir. No son capaces de ver la luz alrededor ni tampoco el final del camino y, es por eso que, tampoco cabe esperar un desenlace o un final rotundo del libro. No existe. La vida sigue, sin concesiones, y queda suspendida como si fuera precisamente un «augurio».
Y mientras esperamos ese final que no llega, y que no llegará hasta que sea demasiado tarde, David Aceituno nos invita a pensar sobre la enorme complejidad de las relaciones y el pensamiento humano, y nos propone una reflexión necesaria: debemos enfrentarnos al dolor de la conciencia, de la autoexploración, de la memoria.