El último libro de la poeta Adriana Hoyos se publicó el año pasado en la editorial Huerga y Fierro, de Madrid, con el sugerente título Del otro lado. La bella portada nos muestra una imagen que por su figura nos recuerda un iceberg y es simbiosis de nube y montaña, aunque aquí la nube está debajo. Se conjugan los tres estados de la materia, sólido, líquido y gaseoso, en una forma que transmite una sensación de movimiento.
Los tres estados del tiempo son el pasado, el presente y el futuro, y la palabra es la estela que deja el movimiento del tiempo. Como esa imagen, la poesía de Adriana Hoyos es al unísono ligera y firme, etérea y concreta, estática y fluyente. Nos hace mirar adelante y atrás y buscar un no-se-qué siempre cambiante.
0. El volumen se abre con un epígrafe que nos invita a zarpar hacia las aguas profundas del Ser, en un barco que al mismo tiempo es un iceberg, porque sus páginas se funden en las aguas de la memoria. Nos hace hermanos de Rimbaud a bordo de su barco ebrio o de Ulises atado a su mástil o, menos previsiblemente, del Odiseo kazantzakiano en ruta hacia la Antártida:
Tú que sientes la caída rotunda de los cuerpos
Tú que bebes con la misma sed de sustancia infinita
Zarpa en este barco hacia aguas profundas
Al fondo de ti mismo
1. La primera sección, «A este lado del paisaje», convoca un presente iluminado por el goce y el amor. Es el puerto del que se parte, atravesado algunas noches por relámpagos de dolor que se vislumbran en el horizonte. Es un presente que no quiere cesar, si bien a veces la continuidad temporal resulta abolida. Desde:
Consume este segundo
Este destino cotidiano
Interpreta los silencios
Hasta:
Mi gesto no alcanza
Mi voz no se acerca
Si el amor está lejos
Sólo existe irredimible
El instante insalvable
2. En la segunda parte, «Tierra de nadie», hacemos escala en varios puertos, con vislumbres de Colombia (música de Alci Acosta), Rusia (un muñeco de nieve) o España (retratos casa gato):
Nos fuimos para no regresar
Nos fuimos para no recordar
Ciudades, parques, hoteles y calles donde habitan las pesadillas y el delirio, el desplazamiento de la voz diciente no sólo es real, también es simbólico:
Me pierdo en el laberinto cada noche
O como se llame ese lugar del sueño
Donde me asomo a ese pozo hondo
Y en esos puertos, donde buceaste en el pasado, la poeta encuentra la flor que nace al borde del abismo:
El fulgor del sol sobre un rostro
El vuelo arrebatado de la felicidad
Las corrientes sigilosas del agua
Entonces llega el momento de atravesar al otro lado, no sin antes reconocer que:
Aprendimos a ser de todas partes
Y no fuimos de ninguna
3. ¿Y qué hay allí, «Del otro lado», en esa tercera sección que da nombre al libro? La propia materia del poema, la palabra, cuyas facultades re-creativas y sanadoras son descritas luminosamente:
Dibujar una puerta en el muro
Basta para acceder al otro lado de este paisaje
O bien:
Escribir es conjurar
La forma de la angustia
En estas páginas hallamos alusiones, manifiestas unas, veladas las más, a la palabra de otros poetas: Eliot, Ajmátova, García Lorca, Pizarnik, Gimferrer…La autora comparte sus búsquedas, encarna sus angustias, asume la responsabilidad de su tarea:
Escribir palabras pájaro
Para alzar el vuelo
Escribir palabras fuego
Para incendiar el cielo
Escribir con ahínco
El desafío de los sueños
Y, una vez más, nos deja constancia de que su experiencia es lucha, en pos de un innombrable que no se conoce:
Toda palabra esconde otra palabra
No pronunciada
Ni siquiera escrita
4. En la cuarta parte del libro, se recogen instantáneas «De alrededores y más allá». La poeta esboza, perfila, descifra, recrea situaciones que revelan experiencias sin sitio, valga la paradoja.
En los márgenes del sueño
Florece el instante
Congelado en una fotografía
Ahora navegamos hacia lo desconocido, hacia aquello que no somos capaces de fijar con la palabra:
Si el árbol
La hoja
La montaña
Son sólo ilusión
¿Dónde está la verdad?
¿Y qué nos queda entonces, enfrentados a lo inaccesible?
Cómo me gustaría saber que no estoy solo
Cómo me gustaría saber que no estoy muerto
Cuando escucho pasos en la escalera de los vivos
5. Las páginas conclusivas, «Tránsitos», nos ofrecen composiciones cortas, reflexiones mínimas, descripciones breves o interrogantes planteados a-quien-quieraque-esté-allí, como si poco a poco se fuera disolviendo la propia materia del poema:
¿Quién borra las imágenes esta noche?
En esa tesitura, cuando parece posible poseer al fin el revés de lo conocido, la autora se plantea:
Abriré la ventana al mismo cielo
¿Seré la misma para los mismos ojos?
Recogeré en mi voz todas las voces
¿Son quizás tránsitos hacia el silencio? No lo parece, a tenor del verso que cierra el libro:
La palabra se alarga más allá de esta vida.
Reseña: Ferran Arnaut
Fotografía: Víctor Moreno
Adriana Hoyos es poeta, cineasta y gestora cultural. Colombiana de nacimiento y española por adopción, nació en una familia de reputados músicos, y fue instruida desde pequeña en el arte del violín, llegando a ser integrante de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Colombia. Años más tarde vuelve a España y estudia dirección cinematográfica en el Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya, en Barcelona. En el año 2000, se instala en Madrid y funda la productora La Huella del Gato SL, junto a David Egea, al tiempo que dirige el exitoso Festival de Cine de Majadahonda Visual Cine Novísimo. Ha dirigido los cortometrajes: «Elegía», «Hotel Santa Fe» y «Beneyto desdoblándose» subvencionado por el ICAA. Ha participado en festivales y encuentros de poesía en España, Francia, Italia y Macedonia, y ha colaborado con textos y poemas en diferentes antologías y revistas de América y Europa. Es autora de los poemarios La Torre Sumergida (March Editor, 2009), La Mirada desobediente (Devenir editores, 2013) y Del otro lado (Huerga & Fierro, 2017). Más información: www.adrianahoyos.es/