Texto de la conferencia «El poeta Fernando Pessoa. Toda una literatura» impartida el día 23 de enero de 2024 en la sede de la Real Academia Conquense de Artes y Letras, por Amador Palacios.
Esta base religiosa de la heteronima pessoana se refleja en diversos testimonios poéticos de los propios heterónimos; por ejemplo, en Álvaro de Campos: “Cuanto más sienta yo, cuanto más sienta como varias personas más análogo seré a Dios”, o “Me he multiplicado, para sentirme, / para sentirme, he necesitado sentirlo todo, / me he transbordado, no he hecho sino extravasarme, / me he desnudado, me he entregado, / y hay en cada rincón de mi alma un altar a un dios diferente.”
Esta despersonalización que se realiza en la heteronimia pessoana tiene mucho que ver con una clara intención de fingimiento. En un célebre poema del poeta ortónimo, “Autopsicografía”, el primer cuarteto dice: “El poeta es un fingidor, / finge tan completamente / que llega a fingir que es dolor / el dolor que de verdad siente.”
Aparte de sus intenciones literarias, Fernando Pessoa encontraba otra explicación de la heteronimia, proveniente de sus posibles trastornos mentales. En una carta que escribe a su amigo el poeta Adolfo Casais Monteiro, poco antes de morir, le dice, entre otras muchas cosas, que “el origen de mis heterónimos es el profundo trazo de histeria que hay en mí. No sé si soy simplemente histérico, si soy, más propiamente, un histericoneurasténico. Me inclino hacia esta segunda hipótesis, porque se dan en mí fenómenos de abulia que la histeria propiamente dicha no incluye en el cuadro de sus síntomas.” Pessoa quiso otorgar a su heteronimia un carácter dramático, queriendo hacer un drama no en actos o jornadas como en el teatro convencional, sino en personas. No en vano la llamó drama em gente.
Fernando Pessoa creó muchos heterónimos. Sus biógrafos dicen que de niño le gustaba inventar seres imaginarios y jugar con ellos, cosa normal en los niños. El primer heterónimo que se le atribuye es Alexandrer Search, Alejandro Investigador, podríamos traducir. Tiene algunos heterónimos más de nombre inglés. De muy pequeño Pessoa se quedó sin padre. Al cabo de un tiempo, la madre se volvió a casar. Se unió a un hombre que ocupaba un cargo diplomático en Durban, Sudáfrica. Se casaron en principio por poderes, pero un día la madre agarró a sus hijos, cogió un barco y se fue a vivir con su marido. Pessoa, entre niño y adolescente, se educó en una buena escuela, aprendió perfectamente el idioma francés y, sobre todo, el inglés, siendo en ese país la lengua vehicular. Se formó muy bien, sacaba muy buenas notas, residiendo en Sudáfrica unos diez años. Sus primeros poemas están escritos en inglés y son mayormente sonetos. Al cabo de una década, como decimos, regresó a Lisboa y ya no se movió de allí.
Ya hemos hablado de su heterónimo filósofo António Mora. Un nombre muy conocido es Bernardo Soares, autor del Libro del desasosiego. Aunque el propio Pessoa advertía que Soares no es un heterónimo, sino una máscara literaria. Soares escribe ese diario en los ratos libres que le dejaba su profesión; trabajaba unas horas en una oficina situada en la Baixa lisboeta, traduciendo correspondencia comercial en francés y en inglés. Casualmente ese era el oficio de Pessoa con el que se ganaba algún sustento. Trabajaba, como Soares, unas horas en la oficina de una empresa de la Baixa para pagarse sus gastos, pocos: en cafés, tomados en el mentado café A Brasileira o en el Martinho d’Arcada, en la Plaza del Comercio; eso sí, fumaba como un carretero y bebía como un cosaco. La vivienda no le acarreaba gastos porque vivía con familiares. Por tanto, Soares es el alter ego de Fernando Pessoa, una máscara literaria, como él mismo aclaró.
Centrémonos en los tres poetas heterónimos más importantes. Pessoa les atribuía biografía para cada uno de ellos, y los tres tenían un estilo muy diferente entre sí. Alberto Caeiro era huérfano de padre y madre, no poseía más que estudios primarios, y aunque había nacido en Lisboa, vivía retirado en una pequeña aldea de la región portuguesa de Ribatejo. Murió muy joven, de tuberculosis. En 1914 surgen los tres heterónimos, Caeiro y Álvaro de Campos en marzo, y Ricardo Reis en junio.
El primero fue Alberto Caeiro. Una noche el poeta llegó a su casa, probablemente muy borracho, con una borrachera muy lúcida, y de pie, apoyado en la alta cómoda que había en su apartamento, escribió de un tirón los cuarenta y nueve poemas del libro El guardador de rebaños. Aunque decía Pessoa que escribía mal el portugués, cometiendo faltas de ortografía, Caeiro fue el maestro de los poetas heterónimos, magisterio reconocido por los otros dos. Lo que más admiraba Pessoa de Caeiro, hasta el punto de atribuirle el magisterio heteronímico, era su paganismo puro, puro por esencialmente anterior al de la civilización greco-latina, y por su defensa de la naturalidad. Como se puede comprobar en este trecho: “Cuando hace frío en el tiempo del frío, para mí es como si hiciera buen tiempo, porque para mi ser adecuado a la existencia de las cosas, lo natural es lo agradable sólo porque es natural.” O en estos versos: “Porque el único sentido oculto de las cosas / es que no tienen ningún sentido oculto. / […] Las cosas son verdaderamente lo que parecen ser / y no hay nada que comprender.”
Ricardo Reis es el pagano más convencional. Fue médico. Acérrimo monárquico, cuando se proclamó la república en Portugal, se exilió en Brasil. Tuvo mucha influencia del poeta latino Horacio. Su único libro es un volumen de odas muy horacianas. Es el poeta que le hubiese gustado ser a Pessoa: “Es tan suave la fuga de este día / Lidia, que no parece que vivimos. / Sin duda que los dioses / a esta hora nos son gratos. / […] Sólo un momento nos sentimos dioses, / por la calma, inmortales, que vestimos / y altiva indiferencia / a cuanto es pasajero. / […] No consienten los dioses sino vida.”
Ricardo Reis es un nombre muy conocido porque una de las primeras novelas de José Saramago se titula El año de la muerte de Ricardo Reis. El argumento es que, unos días después de morir Pessoa, Reis vuelve a Portugal, a Lisboa y allí intenta encontrar un consultorio para establecerse como médico. Saramago, en su novela, hace recorrer al lector, magníficamente, por toda Lisboa. Se ennovia con una chica, casualmente llamada Lidia. Hay en el libro una secuencia muy curiosa. Un día en que, por la noche, Ricardo Reis regresa al hotel donde se había alojado, el Hotel Bragança, un hotel que hoy ya no existe pero que existió (y donde yo me he alojado) ve que se ha dejado una luz encendida. Al abrir la puerta, comprueba que en un sillón está sentado el propio Pessoa. Se saludan y Reis le dice que los periódicos han hablado mucho de él tras su fallecimiento. Casualmente lleva un periódico bajo el brazo, que le muestra a Pessoa, diciéndole: Lea, lea. Pero Fernando Pessoa le contesta: Yo ya no sé leer.
Álvaro de Campos es un poeta pagano por revuelta, por insurrección, por protesta. Era ingeniero naval y se graduó en Glasgow. Tiene una poesía muy estrepitosa, iracunda; poemas muy largos y plagados de signos de admiración. Al propio Pessoa se le escapaba su estética. He aquí una breve y significativa muestra: “¡No me vengáis con conclusiones! / La única conclusión es morir. // ¡No me vengáis con estéticas! / ¡No me habléis de moral! / ¡Llevaos de aquí la metafísica!” Pero lo más asombroso es esto: Desde que aparece Alberto Caeiro, maestro de los heterónimos, Fernando Pessoa se convierte en un discípulo suyo, y él, el poeta ortónimo, el poeta ele mesmo, ¡es un heterónimo más! Esta conferencia se titula El poeta Fernando Pessoa. Toda una literatura. Está claro. Fernando Pessoa crea, él solito, toda una constelación literaria.
Vamos a detenernos un momento en Ángel Crespo, traductor y máximo difusor de la obra y figura de Fernando Pessoa en España. En 1957 Crespo publicó unas traducciones de unos cuantos poemas de Alberto Caeiro. Los publicó en la colección de poesía Adonais, que ofrecía, en muy pequeño formato, libritos pequeños. Pero fue en 1982 cuando apareció, en Espasa-Calpe la antología poética El poeta es un fingidor, amplia, recogiendo la producción del poeta ortónimo y los tres heterónimos, con una introducción de cien páginas, donde se explica todo (el libro que yo estoy manejando en esta charla es la segunda edición de esta antología, publicada en Cátedra en 2018, en edición bilingüe –la primera no lo era-).
Toda esta difusión pessoana Ángel Crespo la realizó en la década de los años 80 del siglo XX. Después de El poeta es un fingidor apareció El libro del desasosiego, que en España tuvo mucho éxito. Lo publicó Seix Barral y las ediciones se repetían. Y así como en Portugal este libro pasó como un inédito más, en España lo leímos todos. Crespo, además, cambió un poco el orden de los capítulos, para hacer más coherente y más cómoda su lectura. Al poco, salió una biografía crespiana de Pessoa, La vida plural de Fernando Pessoa, que acercó aún más al lector español al personaje portugués. Ángel Crespo también tradujo las Cartas de amor a Ofélia, que fue una novia que tuvo Pessoa, aunque le duró poco, ya que la muchacha se hacía un lío con él; un día llegaba diciendo que él no era Fernando Pessoa sino Álvaro de Campos, y que ella tenía que dejar al miserable de Fernando. Pronto lo despachó. Ahora el género de la correspondencia ha desaparecido, pero antes la gente se escribía cartas incluso en la misma ciudad. Ofélia Queirós era tía de un poeta, Carlos Queirós, que se decía discípulo de Pessoa. En este libro Crespo traduce también unas cuantas poesías relacionadas con el tema amoroso, tanto de Pessoa como de sus heterónimos. No me resisto a recitar uno de ellos, atribuido a Álvaro de Campos:
Todas las cartas de amor son
Ridículas.
No serían cartas de amor si no fuesen
Ridículas.
También escribí en mis tiempos cartas de amor,
Como las demás,
Ridículas.
Las cartas de amor, si hay amor,
Tienen que ser
Ridículas.
Pero, al final,
Sólo las criaturas que nunca han escrito
Cartas de amor
Son las que son
Ridículas.
La verdad es que hoy
Mis recuerdos
De aquellas cartas de amor
Son los que son
Ridículos.
(Todas las palabras esdrújulas,
Igual que los sentimientos esdrújulos,
Son naturalmente
Ridículas.)
Ángel Crespo también tradujo, en esa misma década, una obra dramática de Pessoa, estática como todas las suyas, inspirada en el mito de Fausto: Fausto, tragedia subjetiva. Es una obra de estética fría, heladora, en verso, que produce mucho sobrecogimiento. También publicó un par de volúmenes que recogían sus ensayos y artículos que comentaban a Pessoa. En el diario El País, del que era colaborador, publicó más de uno. Estos libros llevan por título Estudios sobre Pessoa, publicado en Bruguera, y Con Fernando Pessoa, que sacó Huerga & Fierro.
Para finalizar, voy a leer un único poema de Fernando Pessoa. No está traducido por Ángel Crespo. Al menos, no lo incluye en la antología El poeta es un fingidor. La traducción es mía, y convierto sus estrofas en prosa. Yo creo que es un texto que resume bien, de alguna manera, el estilo de los tres heterónimos, o de los cuatro, si incluimos al Pessoa heterónimo. Está escrito por Alberto Caeiro, y es el poema octavo de su primer libro, El guardador de rebaños (el segundo lleva por título Poemas inconjuntos). No tiene título. Pero como yo lo publiqué en una revista en la que colaboro asiduamente, Frontera Digital, le puse este título: “Una entrañable convivencia: el Niño Jesús y Alberto Caeiro”. Aquí va:
En un mediodía al final de la primavera tuve un sueño como una fotografía. Vi a Jesucristo bajar a la Tierra. Vino por la falda de un monte convertido de nuevo en niño, corriendo y retozando por la hierba y arrancando flores y abandonándolas y riendo de un modo que se oyese a distancia.
Había huido del cielo. Era nuestro, ya no podía fingir ser la segunda persona de la Trinidad. En el cielo era todo falso, todo en contradicción con flores y árboles y piedras. En el cielo tenía que estar siempre serio y de vez en cuando volverse otra vez hombre y subir a la cruz, y estar siempre muriendo con una corona toda rodeada de espinas y los pies horadados por un gran clavo con cabeza, y hasta con un trapo alrededor de la cintura como los negros de las estampas. Ni siquiera le dejaban tener padre y madre como los otros niños. Su padre era dos personas: un viejo llamado José, que era carpintero, y que no era su padre; y el otro padre era una paloma estúpida, la única paloma fea del mundo ya que no era del mundo ni tampoco paloma. Y su madre no había gozado antes de tenerlo.
No era mujer: era una maleta en la que él había entrado desde el cielo. Y pretendían que él, que sólo había nacido de la madre, y que nunca había tenido un padre que venerar con respeto, ¡divulgase la bondad y la justicia!
Un día que Dios estaba durmiendo y el Espíritu Santo andaba volando, fue a la caja de los milagros y robó tres. Con el primero hizo que nadie supiese que había huido. Con el segundo se hizo eternamente humano y niño. Con el tercero fabricó un Cristo eternamente en la cruz y lo dejó clavado en la cruz que hay en el cielo y que sirve de modelo a las otras. Después huyó hacia el Sol y bajó por el primer rayo que atrapó. Hoy vive en mi aldea conmigo. Es un bonito niño sonriente y natural. Se limpia la nariz con su brazo derecho, chapotea en los charcos, coge las flores, disfruta de ellas, las olvida. Tira piedras a los burros, roba la fruta de los huertos y huye de los perros llorando y gritando. Y, porque sabe que a ellas no les gusta y que la gente esto encuentra divertido, corre detrás de las muchachas que van en grupo por los caminos y les levanta las faldas.
A mí me ha enseñado todo. Me ha enseñado a mirar las cosas. Me detalla todas las cosas que hay en las flores. Me muestra cómo las piedras brillan cuando la gente las tiene en la mano y las mira despacio.
Me habla muy mal de Dios. Dice que es un viejo estúpido y enfermo, siempre escupiendo en el suelo y pronunciando groserías. La Virgen María sobrelleva las tardes de la eternidad haciendo punto. Y el Espíritu Santo se rasca con el pico y se encarama a las sillas ensuciándolas. Todo en el cielo es estúpido como la Iglesia Católica. Me dice que Dios no entiende nada de las cosas que creó, “si es que él las creó, cosa que dudo”. “Él dice, por ejemplo, que los seres cantan su gloria, pero los seres no cantan nada. Si cantaran serían cantantes. Los seres existen y nada más, y por eso se llaman seres.” Y después, cansado de hablar mal de Dios, el Niño Jesús se duerme en mis brazos y en brazos yo lo llevo a la cama.
Él vive conmigo en mi casa en medio del otero. Él es el Niño Eterno, el dios que faltaba. Él es el humano que es natural, él es el divino que sonríe y que juega. Y por eso sé con toda certeza que él es el Niño Jesús verdadero.
Y el niño tan humano que es divino es esta cotidiana vida mía de poeta, y porque él anda siempre conmigo yo siempre soy poeta, y una mínima mirada mía me colma de sensaciones, y el más pequeño sonido, venga de donde venga, parece hablar conmigo.
El Nuevo Niño que habita donde vivo una mano me da a mí y otra a todo lo que existe y así vamos los tres por cualquier camino, saltando y cantando y riendo y gozando nuestro común secreto que es el de saber en cualquier situación que no hay misterio en el mundo y que todo merece la pena.
El Niño Eterno me acompaña siempre. La dirección de mi mirada es su dedo apuntando. Mi oído atento alegremente a todos los sonidos son las cosquillas que él me hace, jugando, en las orejas.
Nos encontramos tan bien el uno junto al otro en la compañía de todo que nunca pensamos uno en el otro, pero vivimos juntos los dos en un acuerdo íntimo como la mano derecha y la izquierda.
Al anochecer jugamos a las cinco chinitas en el escalón de la puerta de casa, graves como conviene a un dios y a un poeta, y como si cada piedra fuese todo un universo y fuese por eso un gran peligro para ellas dejarlas caer en el suelo.
Después yo le cuento historias, cosas sólo de hombres, y él sonríe, porque todo es increíble. Ríe de los reyes y de los que no son reyes, y siente pena al oír hablar de las guerras, del comercio, y de los navíos que dejan humo en el aire de los altos mares. Porque él sabe que todo eso falta a aquella verdad que una flor contiene cuando florece y vive con esa luz del Sol que hace cambiantes a los montes y valles y hace que los muros blanqueados hagan daño a los ojos.
Después él se adormece y yo lo acuesto. Lo llevo en brazos hasta dentro de la casa y lo acuesto, desnudándolo lentamente y como siguiendo un ritual muy claro y maternal hasta que está desnudo.
Él duerme dentro de mi alma y a veces despierta de noche y juega con mis sueños. Unos los pone con las piernas en alto, unos encima de otros y bate las palmas él solo sonriendo a mi sueño.
Cuando yo muera, pequeño mío, sea yo el niño, el más pequeño. Cógeme en brazos y llévame hasta dentro de tu casa. Desnuda mi ser cansado y humano y déjame en tu cama. Y cuéntame historias, si despierto, para que me vuelva a dormir. Y dame tus sueños para que yo juegue hasta que nazca ese día que tú sabes cuál es.
Esta es la historia de mi Niño Jesús. ¿Por qué razón no ha de ser más cierta que todo lo que los filósofos piensan y todo lo que enseñan las religiones?
Muchas gracias y buenas noches. Gracias.
Amador Palacios
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Amador Palacios (Albacete, 1954) es poeta, traductor y crítico. Ha sido fundador, consejero o director de diversas publicaciones. Colaborador en numerosas revistas de literatura y suplementos literarios. En la actualidad es crítico de “Artes y Letras” de ABC, articulista de El Diario.es y colabora asiduamente en las revistas FronteraD, Campo de Agramante y Odisea Cultural. Miembro del consejo asesor de la Fundación Carlos Edmundo de Ory y uno de los principales estudiosos del movimiento postista. Becado durante varios años consecutivos por la Fundación Calouste Gulbenkian de Lisboa, es traductor de importantes poetas portugueses y brasileños (Cesário Verde, Camilo Pesanha, Miguel Torga, Casimiro de Brito, Lêdo Ivo y Vinicius de Moraes, entre otros). Miembro de la Real Academia Conquense de Artes y Letras (RACAL). Ha compilado sus estudios sobre la vanguardia poética española en diversos volúmenes. Biógrafo de los poetas Ángel Crespo, Gabino-Alejandro Carriedo y Dionisio Cañas. Su poesía ha sido recogida en 2018 en la antología Las palabras son nocivas, publicada por la editorial Pregunta de Zaragoza.
Imágenes: Las imágenes de este artículo forman parte del archivo personal de Amador Palacios y han sido cedidas por el autor en exclusiva a Odisea Cultural.