«El ojo no visto del mundo» de Juan Ramón Jiménez , reseñado por Alberto García-Teresa

Como en tantas otras ocasiones, volver a los textos nos devuelve una visión más ajustada a la realidad de la obra de un escritor. El ojo no visto del mundo nos acerca a una imagen más precisa y veraz del pensamiento de Juan Ramón Jiménez; monumental y prolífico autor caricaturizado hasta la saciedad con el agravante de haberse fijado en una lectura parcial de una de las distintas etapas que atravesó en su cuantiosa producción.

En una antología de un corpus tan extenso como la obra de Juan Ramón, el conjunto recopilado dice tanto del autor como la mirada del seleccionador. Antonio Orihuela, moguereño también, referente de la «poesía de la conciencia crítica» tanto por su obra como por su labor de agitación y de organización de los encuentros Voces del Extremo (junto, precisamente, la Fundación Zenobia y Juan Ramón Jiménez), es el encargado de ello en este caso. Y eso ya nos debería dar pistas del camino que van a ir construyendo los fragmentos escogidos. Además, lleva a cabo una pequeña antología de poemas de todas sus etapas, que se incorpora como broche al final del volumen, el cual también presenta un pequeño estudio del recopilador y un epílogo personal del editor.

Antonio Orihuela se extiende, en su prólogo, sobre los textos de su tercera etapa, centrada en la depuración y el rigor meditativo, la «conciencia sucesiva de lo hermoso» y la «búsqueda esencial que pretendía realizar la identificación de vida y poesía, el vivir en poesía como proyecto íntimo, cívico y ascético a un tiempo». Orihuela explica cómo desarrolla Juan Ramón una labor de perfeccionamiento hasta alcanzar una plenitud que identifica con la poesía misma. Se trata de una búsqueda de la totalidad. Porque, como ya comprobamos en las piezas de Juan Ramón, él aspira a un proceso continuo de aprendizaje, de perfeccionamiento individual interminable, pero desde la óptica de que «el progreso debe tender a la sencillez, no a la complicación de la vida».

Estas páginas engloban largas reflexiones sobre la conciencia y los diversos estados de la mente, así como consideraciones sobre la escritura y el oficio de poeta, el modernismo, las vanguardias históricas y diferentes escritores de referencia de la literatura universal. No en vano, recoge fragmentos con sus memorias y retratos de otros intelectuales y artistas de su época. Y comparte una poderosa concepción de la poesía: «Escribir poesía es aprender ‘a llegar’ a no escribirla, a ser, después de la escritura, poetas antes de la escritura, poema en poeta, poeta verdadero en inmanencia consciente». Encontramos otras meditaciones sobre la belleza, la obra artística y su trascendencia. Juan Ramón, que se proclama un poeta «de azotea abierta: Alto y para todos», medita en estos textos sobre política y la Guerra Civil (donde aparece su visión del exiliado); temas que no aparecen en sus versos. Por ejemplo, critica la falsedad de los poetas comprometidos que escriben desde la seguridad de la retaguardia: «La poesía de guerra no se escribe, y sobre todo no se escribe desde lejos, se realiza. Poeta de la guerra es quien la sufre de veras en la ciudad o en el campo, no el que se desgañita en un refujio seguro y cree en la eficacia de su jemido y su llanto resguardado».

En ese sentido, ofrece una lectura moral muy particular de toda la dimensión política del ser humano y de la organización social y los sistemas políticos. Los textos manifiestan una honda preocupación por la política desde una óptica humanista y universalista, que busca la igualdad en las diferencias. Se declara apegado a la gente del pueblo: «Con mi pueblo siempre (…). Soy popularero por libertad, por sentido común, por honradez y por amor». Lo hace desde la curiosidad y el afán de conocimiento, de la búsqueda de lo auténtico y no lo accesorio o banal. En ese sentido, muestra su desprecio a la mezquino. Su desplante aristocrático proviene de una convicción de búsqueda de lo sublime, no por convicción de clase.

Aborda su idea del «trabajo gustoso»: «Creo que tenemos la obligación de trabajar en aquello que nos gusta y sabemos hacer, que es el verdadero trabajo, y también tenemos el deber de hacer sentir que trabajamos y a gusto para incitar a este gusto del trabajo grato, única salvación de la existencia». Al respecto, se manifiesta a favor del «comunismo individualista», de «economía común y libre intelijencia»: «Yo soy colectivista en lo económico, individualista en todo lo demás». Y especifica: «¿Qué más querría yo que ser comunista de un comunismo individualista, tener mi vida resuelta en lo económico colectivo corriente y poder trabajar todo mi día en mi vocación, dándole luego mis obras a la administración colectiva? (…) ¡Qué gran mundo sería ese en que lo económico no fuera un problema diario y en que todos trabajáramos a gusto compartiendo todos también el lado menos agradable del trabajo sobrante, sacar». Siguiendo con ello, apuesta por la libertad de una manera radical siempre ligada a una perspectiva de desempeño individual pero proyección colectiva: «La ventaja del trabajo, en mi comunismo poético, del trabajo repartido y retribuido noble y justamente con arreglo a vocación y en una equilibrada exijencia, está en que se trabajaría por el trabajo. (…) Trabajo gustoso, respeto al trabajo gustoso, grado sumo en la vida. Y al lado del trabajo, y en él y el sueño, es decir, nuestra vida completa, trabajará, descansará y soñará con nosotros, como una realidad visible, la Poesía».

Juan Ramon Jimenez foto

En estas piezas también se encuentra su idea de organización política: «Yo soy partidario de las federaciones continentales como preludio de la federación universal y del colectivismo económico general pero un convencido individualista, de acuerdo con mi sola conciencia en lo moral». Enérgicamente, expresa su rechazo a los regímenes dictatoriales y desmonta la dinámica de insatisfacción continua del capitalismo (la palanca del consumo). Se recogen hasta críticas anticapitalistas, a la ciudad y su antimaquinismo es notable. Habla de los límites al progreso y se erige frente al «hombre tristemente mecanizado». Juan Ramón aborrece el progreso industrial, en una línea de pensamiento que hay que unir a la búsqueda de unión con lo rústico, con la naturaleza, con la sencillez sublimada.

Aboga por un comunismo no totalitario, un «comunismo poético», un «comunismo idealista»: «Cada país debe constituirse y administrarse ‘poéticamente’ con arreglo a su propio, profundo y bello carácter popular. La herencia debe estar abolida o restrinjida a la mínima posibilidad. Nadie podrá vivir sin trabajar. Y cada uno deberá trabajar en lo que más le guste, con arreglo a su vocación, capacidad, disposición, etc., ‘y con libertad moral’ absoluta. La retribución del trabajo por el Estado deberá ser siempre justa y con relación a calidad o esfuerzo. Lo demás (amor, relijión, familia, etc.) se resolverá ello sólo sobre el firme fundamento anterior». Especifica: comunista en el terreno material e «individualista en lo infinito inmaterial, espiritual». Ese pensamiento radicalmente individualista se basa en que centra toda su atención en la potencia de cada uno, en la singularidad de cada individuo. Pero despliega desde ahí un planteamiento igualitario (en cuanto a posibilitar una igualdad de oportunidades para el desarrollo personal de cada uno).

Sobre el concepto de aristocracia, lo dota de un sentido positivo y lo une a un «profundo cultivo interior»; «la verdadera aristocracia: sencillez y cultivo (…); ser el hombre mejor, el total aristo». Al respecto, Juan Ramón plantea el desarrollo intelectual de todos; se dirige a todos con pero con un matiz individualista, de desarrollo personal.

Por otra parte, resulta muy interesante (sobre todo para comprender la etapa final de su poesía) su reflexión sobre las religiones y Dios. Escribe que encuentra la religión útil en momentos de formación o de debilidad, pero no en madurez y, siempre, nuevamente, ancladas en lo personal.

En cuanto a la edición en sí, además de bastantes descuidos (como fragmentos que se repiten), se echa de menos la fechación de los textos y mayor clarificación en las fuentes; en general, todo el aparato de crítica textual.

El ojo no visto del mundo resulta un libro completo que redondea la imagen de Juan Ramón Jiménez, que hace una encomiable labor de selección entre su vasta obra. Se trata de un libro muy diverso, que da cuenta de la amplitud y complejidad del universo juanramoniano.

 

Reseña por Alberto García-Teresa

 

El ojo no visto del mundo. Antolojía de prosa y verso,  Juan Ramón Jiménez,  compilado por Antonio Orihuela, Ed. Amargord, 2016.

 

 

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