Violeta Parra es una artista difícil de catalogar. Trabajadora incansable, música, investigadora, poeta, voz de los oprimidos. En cierta entrevista de radio dijo: «el dolor no puede estar cantado por una voz académica, tiene que ser una voz sufrida como es la mía, que lleva cuarenta años sufriendo.» [1] Ella no teorizó sobre el compromiso social: trató de convertirse en la lucha que lo corroborase y, para que su esfuerzo no se precipitase hacia el olvido, nos dejó escrita una autobiografía en verso, sus llamadas Décimas.
Hija de un profesor de escuela primaria y de una costurera, cantora y matriarca de prole, la vida de Violeta Parra se enraizó en el campo desde su infancia, en la tierra de laboreo de San Carlos, al sur del largo Chile. De niña memorizó las posturas que su padre —músico además de maestro, campesino en paro después— ponía cuando tocaba rondas y cuecas a la guitarra y, a los siete años, descubrió el escondite de aquel instrumento, silenciado dentro de la máquina de costura de la madre, y con él se fue a los campos para crear sus propias tonadas. Allí empezó todo: con la guitarra en la mano y con los cánticos, las risas y las quejas de los labradores en los tímpanos.
A la muerte del padre, los hermanos y hermanas Parra cantaron en circos, trenes y autobuses; en vendimias, fiestas campesinas y Cruces de Mayo. La matriarca no quería que dejasen la escuela, pero Violeta sentía ya aversión por lo jerárquico, lo institucionalizado, y rehuyó de ella. Continuó trabajando, con la guitarra como un escudo, y tuvo que llamar a esas puertas que nunca se abren, que armarse de paciencia ante la vida que le había tocado, que tolerar la complicada existencia del proletario. Esos primeros momentos marcaron el inicio de su pensamiento político, de su alegato feroz al auxilio de los grupos marginados de su época y de los excluidos por las clases opresoras. Su denuncia se fue radicalizando con el tiempo, alzándose para declararle una guerra perpetua al autoritarismo y a los excesos de poder.
Aquellas peripecias tempranas las narró, ya adulta, en el ya citado Décimas: autobiografía en verso (Sudamericana, 2002), texto en el que vertió con genio cuarenta años en forma de poesía. Esta obra cerró para ella una etapa, la narración de toda una vida, y abrió a su vez los últimos años de su viaje por el mundo, los de Volver a los diecisiete y las otras grandes composiciones, ahora himnos. En Décimas, por tanto, es donde nos enteramos de que aquellos tiempos de infancia, entre cantos y campos, dieron también lugar al inicio de su idilio con el resto de las musas; Violeta no exploró únicamente la música y la poesía: se dedicó por completo y para siempre a convertirse en recuperadora del arte tradicional chileno y se dedicó también a la artesanía, la cerámica, el ‘costureo’, los tapices, el tejido a bolillo, las arpilleras, el punto de araña:
Fue descubriendo mis mañas / con su saber mi mamita, / con su paciencia infinita / m’enseña ‘pata de araña’. / Era bonita l’hazaña, / poder escandelillar / com’ una profesional / sobre la seda chinesca. / La clientela se enfiesta / de verme así costurear. [2]
Un tapiz formado por retazos de presente y pasado, un tapiz como puente que une los opuestos, lo urbano y lo rural, lo de la mujer y lo del hombre: eso también es Violeta Parra. Guitarra en ristre, salió del campo, pero lo llevaba vibrando por dentro; se enfrentó a la injusticia social en el ámbito público, pero no dejó las costuras del ámbito privado ni los bisbiseos, que tenían en su música el mismo poder que los discursos a pie de escenario. Si se escapó del estereotipo fue porque se empeñó en que todos los estereotipos terminasen en ella, porque lanzaba a la sociedad del presente, chilena o no, de vuelta al pasado para reinventar el futuro a través de la raíz popular.
De lo popular, precisamente, nació su rasgo más característico y el que quizá la encumbra y la eleva al pedestal de artista total donde hoy la izamos: su trabajo recopilatorio del arte tradicional de Chile, del folclore agarrado a las manos de los campesinos y campesinas, de los versos que ella culminó habiendo sido empujada primero por el eco del viento en campo abierto, ese que nunca dejó del todo. No se encerró en los libros o en la biblioteca para su labor de recuperación, la realizó echándose a las calles, a los ambientes rurales, a las granjas y regresando a aquellos bisbiseos alrededor de la costura y del brasero, donde especialmente las mujeres compartían sabiduría añeja, donde se ayudaban las unas a las otras porque no quedaba otro remedio. Su lucha contra el patriarcado y la desigualdad fue un trabajo de campo.
Esta Pascuala, señores, / parece que adivinara / la situación de mi mama / con todos sus pormenores. / Aunque no ve sus dolores, / prudentemente lo nota; / la lágrima que no brota / ella la ve claramente, / con su cariño presente / la ayuda gota por gota. [3]
Al ambiente rural regresó, adulta, con su guitarra y también con «una pesada maleta y una grabadora», como cuenta la investigadora y académica Paula Miranda [4], quien encontró las cintas que Violeta grabó en el campo cuando a él retornó para investigarlo, para sacarle los demonios. Miranda utilizó esos testimonios para su obra Violeta Parra en el Wallmapu (Pehuén Editores, 2017), donde sigue las voces del pueblo indígena de los mapuche, resistente a conquistas y sometimientos y que todavía hoy lucha por mantenerse independiente y firme ante el paso del tiempo. Los mapuche, confirma Miranda, conforman un nuevo arraigue en la obra de la artista; la investigadora cuenta que, por ellos, “Gracias a la vida”, el himno que hoy todos sabemos entonar, más que un himno «es un acto ritual de gratitud y sanación, una palabra-acción que permite, en distintas circunstancias vitales, expresar la gratitud y la posibilidad de que la vida continúe, pese a todo».
La amenaza de esos pueblos, de esos campesinos, de esos hijos de la tierra, era la misma que ella sufría: la llegada de una modernidad irreverente y descreída, una ola que todo lo arrasa. Por eso trató de perpetuar el pasado como un espejo en el que el futuro pudiese mirarse, pero también por eso trató de que su obra fuese universal, de que «la voz de todos» fuese «su propio canto».
Mas van pasando los años, / las cosas son muy distintas: / lo que fue vino, hoy es tinta, / lo que fue piel, hoy es paño, / lo que fue cierto, hoy engaño. / Todo es penuria y quebranto, / de las leyes de hoy me espanto, / lo paso muy confundida, / y es grande torpeza mida / buscar alivio en mi canto. [5]
La pobreza, que en la infancia se convertía en una plataforma creativa, es la que después transformó a Violeta en poeta de denuncia, de protesta. La pobreza generalizada; la pobreza como desigualdad social. Hacia ella y hacia sus defensores —la justicia que la consiente, el público de conciencia cerrada que la perpetua, incluso la prensa que la alimenta— dirigió el arrojo de sus armas, la vibración de las cuerdas de su garganta y de su guitarra. No se contentó con dar voz a las costumbres de su tierra, a las artes campesinas, sino que también buscó abrir la puerta a la reflexión crítica acerca del momento social y político de su tiempo.
Ayer, buscando trabajo, / llamé a una puerta de fierro. / Como si yo fuera un perro / me miran de arrib’ abajo. / Con promesas a destajo / me han hecho volver cien veces, / como si gusto les diese / al verme solicitar. / Muy caro me hacen pagar / el pan que me pertenece. [6]
Los años cincuenta y sesenta la llevaron a Europa en volandas, con sus cánticos y sus luchas. Fue invitada al Festival de la Juventud de Varsovia, recorrió la Unión Soviética, vivió en Francia y trabajó en Inglaterra. En París grabó canciones chilenas para Le Chant du Monde y consiguió organizar una exposición individual sobre su obra plástica en el Museo del Louvre (Tapisseries Chiliennes de Violeta Parra. Peintures et sculptures, 1964), la primera exposición de un artista latinoamericano en la pinacoteca. La curadora de aquella muestra, Ivonne Brunhammer, narró para el periódico Fortín, abanderado de la lucha contra la dictadura chilena, cómo Violeta llegaba cada día al Louvre, se sentaba en el suelo entre sus propias obras y allí mismo se ponía a cantar. [7]
Con tres billetes de a mil / y a mi cuarto clandestino / llevé donde mis amigos / mi primer sueldo en París. / Brincan al verme lucir / los francos tan azulitos; / besaban los billetitos / que andaban de mano en mano / d’estos chilenos hermanos, / flores de campo bendito. [8]
Tras esto y hasta sus últimos días, la voz de Violeta Parra saltó de un lado a otro del Atlántico, sola o en compañía de un último grupo musical Los Parra de Chile, formado junto a dos de sus hijos. Cantó para la UNESCO, regresó al Louvre, le hicieron un documental en Ginebra, pero las luces de las Décimas, públicas y brillantes, en soledad se transformaban en sombras alargadas. La lucha tenaz, los amores fallidos, la muerte de amistades y familiares, de su hija Rosita, el paso de la vida, pues, la había dejado exhausta y tomó entonces la decisión de marcharse, de abandonar la batalla; debió hacerlo con el rumor áspero de las voces de los campesinos todavía en la memoria. Quizá se sintió satisfecha, quizá sabía que ya había hecho lo que había venido hacer, quizá, por eso, dio las Gracias a la vida y se marchó.
Reseña de Luis López Galán
Notas al texto:
[1] Entrevista radial de Mario Céspedes a Violeta Parra. Radio Universidad Concepción, 1960. Altafonte Network S.L. (en nombre de Fundación Violeta Parra). Grabación completa aquí.[2] Décimas, 19. Los años allá en el sur. Violeta Parra
[3] Décimas, 20: Pascuala noble y sincera. Violeta Parra
[4] “Violeta Parra y su encuentro pleno con el canto Mapuche”, texto de Paula Miranda para la obra “Después de vivir un siglo”. Edición especial de Observatorio Cultural – Consejo Nacional de las Culturas y las Artes – Chile 2017.
[5] Décimas, 7: Mas van pasando los años. Violeta Parra.
[6] Décimas, 62: No lloro yo por llorar. Violeta Parra.
[7] Fortín Diario, 1989, reportaje de Carlos Vergara republicado en el año 2020 por El Mostrador, texto completo aquí.
[8] Décimas 79: Viví clandestinamente. Violeta Parra.
Luis López Galán. Redactor y colaborador en medios de literatura, filosofía y viajes. Ha sido autor de guías de viajes (Isla Mauricio, Ecos Travel Books) y guías de negocios (Zambia, Rwanda, eBiz Travel), creador y redactor de un portal de artículos de viaje y de sus redes sociales (Espresso Fiorentino), y redactor en medios (Travel National Geographic, Matador Network, Revista Buen Viaje), además de en diferentes blogs y plataformas online (El vuelo de la lechuza, Espacio 17 Musas, El placer de la lectura, Algunos libros buenos). Porfolio: www.luislopezgalan.com