El Lazarillo explicado a los eruditos (con sencillez), por José Manuel Corredoira

Me gustaría escribir un libro chiquito, un opusculillo. Su título sería este: El Lazarillo explicado a los eruditos (con sencillez). El profesor Caso escribió que «pocas obras de nuestra fumatura están tan llenas de problemas». Todo en el Lazarillo (¿todo?) «es oscuro y arcano: el autor, la fecha de composición, la de la primera edición, el significado de la novela, las infinitas dificultades de la lengua, las fuentes, la transmisión textual». No es exacto. Habría que diferenciar entre tragantonas insolutas (hoy por hoy), como autoría, fecha de redacción, etc. (el descubrimiento del Lazarillo de Barcarrota ha venido a aclarar algunos puntillos editoriales; la prínceps todavía puede aparecer en la barrica de un tonelero, como los códices del Qumrán en una espelunca del Mar Muerto…); y por otro lado el sentido de la novela y sus pretensos infinitos cagadales lingüísticos. Habría que explicarle al cultisabidor (¿a bocana llena?) el significado de un libro más perspicuo que el cristal, sin enigmas ni «delirios interpretativos» como los tres siguientes que espigo azarosamente:

1) En el Tratado cuarto, Lázaro de Tormes asienta con un fraile de la Merced. Según Víctor García de la Concha, «va a ser este el encargado de iniciar a Lázaro en el erotismo». El entero episodio aludiría a claves erógenas, de acuerdo con el ilustre académico maliayo: en el texto, expresiones como zapatos calzar «tienen una significación erótica de larga tradición que llega hasta hoy». Y afirma que Quevedo habla de «maridos calzadores, que los meten para calzarse la mujer con más holganza». El sentido de trote apuntaría en la misma dirección. No digamos cuando Lázaro habla de «otras cosillas que no digo», insinuación de los amores nefandos del fraile con el gardillo (Bataillon). García de la Concha allega este villancico de Pedro Manuel de Urrea, que vendría a aclarar meridianamente el sentido de «cosillas»: «Viuda huelga en Zaragoza / más que casada ni moza; / cada cual dellas retoza / con mil cosillas que sé». Y concluye: «El Tratado IV viene, según eso, a decir que el mercedario desvirgaba él solo más mozas que toda su comunidad junta, y que él fue quien facilitó a Lázaro las primeras oportunidades de este tipo: tantas, que no pudo con tanto trote, y que por ello, y por las cosillas que se calla, le dejó». Veamos ahora el capítulo en cuestión, el más chingo del libro:

«Hube de buscar el cuarto [amo], y éste fue un fraile de la Merced, que las mujercillas que digo me encaminaron. Al cual ellas le llamaban pariente. Gran enemigo del coro y de comer en el convento, perdido por andar fuera, amicísimo de negocios seglares y visitar. Tanto, que pienso que rompía él más zapatos que todo el convento. Este me dio los primeros zapatos que rompí en mi vida; mas no me duraron ocho días, ni yo pude con su trote durar más. Y por esto, y por otras cosillas que no digo salí dél».

Las «mujercillas» (del partido) del capítulo anterior ponen a Lázaro en contacto con un fraile de la Merced, amigo del bureo y la vida alendoy, antónimo a lo que parece del espíritu religioso. Tanto salía que «pienso que rompía él más zapatos que todo el convento». ¿Por qué ver una alusión erótica más allá de su sentido literal? Lázaro ha vivido hasta entonces descalzo, y el buen fraile le regala sus primeros calcos. Trotar, según Covarrubias, solo significa «andar de priesa divagando por doquier del lugarón»; que es lo que hace el frailón pinturero. Los calcorros no le duraron ocho días a Lázaro (merced al zancaleo; que no es lo propísimo que calzaleo, según la cita quevediana del Sueño de la muerte, muy traída por las calchas del mogote, pues el incógnito autor no habla en ningún tiempo de «calzar»), ni él pudo con el trote del fraile de aquí para allá. Por esto, «y por otras cosillas que no digo» (= por otras cosas que no vienen al caso) lo desechó. 

2) En el Tratado sexmo, Lázaro Tormesillo asentó «con un maestro de pintar panderos para molelle los colores, y también sufrí mil males». Punto caboso. Escribe García de la Concha: «No hemos descubierto aún la clave de su significación, de seguro ligada a algún dicho o idea generalizada de su función social [del maestro]: bastaría, según ello, que Lázaro lo mencionara para que el lector, o los auditores, reconstruyeran con detalles los «mil males» aludidos». Por modo que Lázaro asienta con un simple maestro panderero que lo trataría tan mal o peor que los demás amos, y nosotros debemos educir significaciones arrebozadas, claves, detalles y misterios ligados…  ¡a la función social del maestro pintor! ¿Qué función social tendría el infeliz más de ganarse la vida pobrísimamente? (Blecua anota que la voz pintapanderos tenía un significado despectivo: ser un cualunque.) Marcel Bataillon, en un nuevo ejemplo de «delirio interpretatorio», escribe en su libro Novedad y fecundidad en el Lazarillo que «la fugitiva alusión al pintor servido por Lázaro nos intriga menos cuando recordamos que el pillo de Till Ulenspiegel engañó al landgrave de Hesse haciéndose pasar por pintor, y que se dio la gran vida a expensas de sus compañeros, que teóricamente deberían haberle apercibido los colores». La colación de «dos curiosos proverbios españoles» (Según sea el dinero será el pandero y Quien tiene dinero pinta panderos) permitiría a Bataillon «imaginar una vieja historieta española, paralela a la de Ulenspiegel, en la cual un falso pintor de panderos habría engañado a una humilde clientela pueblerina, haciéndose, él también, pagar por adelantado». Vaniloquorum infinitus est numerus. Alberto Blecua rizomatiza al comparar los proverbios antedichos con este paso de La pícara Justina: «Siempre engendra un bailador / el padre tamborilero, / pero siempre con un fuero: / que si acaso da en señor / se torna siempre a pandero»; de lo cual «se deduce que el pandero, o bien no es un instrumento musical [?], o éste y su pintura tenían íntima relación con la nobleza de una familia. Sería, por tanto, una anticipación del tema de la honra, de tanta importancia en este Tratado». Los versillos son una glosa de «Nace y vive y trota al son», referidos a la galopina. Continúan así donde los dejó Blecua: «Y porque estos aranceles / No tuviesen excepción, / Justina (que en conclusión / Es hija de cascabeles) / Nace y vive y trota al son». El sentido parece llano: Justina es hija del alegría (cascabeles), y por eso sale más gaya que un pandero sonador. Los proverbios mencionados pueden entenderse, a mi ver, de dos formas: literal o traslaticiamente. Conforme al dinero que uno disponga, podrá comprar un pandero más caro o barato; quien ha gañota puede comprar panderos. Interpretación figurada (Bajtín señaló en su día que la figura del tambor en las fiestas populares reclamaba un sentido erótico: «Tocar el tambor nupcial, o el tambor en general, significa realizar el acto sexual; el tamborilero es el amante»): según el dinero que se tenga se podrá pirabar asaz, poco o nada; quien tiene dinero fornica con las «amigas»… Dicho lo cual, no veo ninguna alusión fornicativa en el «textículo» lazarino.

3)  En el Tratado séptimo y ultimogénito del nunca como se debe alabado Lazarillo, nuestro protagonista se dirige de nuevo al misterioso «Vuestra Merced». «Señor -le dije [al Arcipreste de San Salvador]-, yo determiné de arrimarme a los buenos. Verdad es que algunos de mis amigos me han dicho algo deso [la supuesta infidelidad conyugal], y aun por más de tres veces me han certificado que antes que conmigo casase había parido tres veces, hablando con reverencia de Vuestra Merced, porque está ella delante«. Si en este parlamento Lázaro se dirige al Arcipreste, su señor, salta de ojos que «Vuestra merced» se refiere al propio Arcipreste, y no al «Vuestra merced» destinatario de la carta-libro; y que quien está adelante es su mujer (de Lázaro). Rosa Navarro Durán, en su edición del Lazarillo, atribuido ahora al secretario de letras latinas de Carlos V Alfonso de Valdés (amerita comento aparte), afirma que en este pasaje «Vuestra Merced es una mujer», pues cuando ese tratamiento se aplica a un hombre (apura citas del Quijote y La Lozana andaluza), el pronominal que lo sustituye es él (y no ella). De suerte que Navarro Durán está confundiendo, por un lado, la identidad del Vuestra Merced receptor de la carta-novela, y el Vuestra Merced tangenteado en el texto, que no puede ser otro que el Arcipreste jodedor; y por otro, confunde la identidad de la mujer de Lázaro (que está delante de él cuando habla con su amo) con esa Vuestra Merced. El desbarate habría tenido remedio si la catedrática figuerense hubiese leído lo que dice Lázaro dos párrafos más arriba: «Que él [el Arcipreste su señor] me habló un día muy largo delante della [su mujer] y me dijo, etc.» (si su mujer no hubiera estado presente en la plática, no habría echado sindicabanetos sobre sí al oír lo que dice Lázaro de ella, ni se habría tomado a sonllorar y a echar pésetes, tantos que «yo de un cabo y mi señor de otro, tanto le dijimos y otorgamos, que cesó su llanto… Y así quedamos todos tres bien conformes»). Ojos que no ven, scholars que no sensan.

NOTAS AL LAZARILLO:

Citamos por la edición de Alberto Blecua (Madrid, 1986).

Hallóse que el negro Zaide, pasbatú de Lázaro, caballerizo del Comendador de la Magdalena, hurtaba la cebada de las animalias, y salvados, charamusca, almohazas, mandiles… Lo cual motiva el siguiente comentario de Lázaro: «No nos maravillemos de un clérigo ni fraile porque el uno hurta de los pobres, y el otro de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto, cuando a un pobre esclavo [Zaide] el amor [a su barragana, la maman de Lázaro] le animaba a esto».

Noteja Blecua: «y para ayuda de otro tanto. Frase de significado confuso que ningún editor explica satisfactoriamente. Castro rasguña: «¿Quiere decir que se queda él con otro tanto de lo que les da a ellas?». Habría que editar entonces: «y, para ayuda, de otro tanto». Podría entenderse -concluye Blecua- como una correlación: «El clérigo roba de los pobres para las devotas; el fraile roba de su convento también para sus devotas [‘para ayuda de otro tanto’]».

Mi interpretación:

Creo que ni Blecua ni Castro han entendido correctamente el pasaje. En primer lugar, el antecedente de «el uno roba de los pobres» no es «el clerigón», sino «el fraile» (según la críptica sintaxis interconectiva de la época: podríamos allegar muchos textos del Siglo de Oro donde acaece igual cosa). Por modo que es el fraile (mendicante) el que hurta a los sindinerosos del consolamentum, mientras que el farfaro lo hace «de casa para sus devotas y para ayuda de otro tanto». De hecho, Blecua, en nota a la frase «el uno hurta de los pobres», cita un texto de la Philosophia vulgar de Juan de Mal Lara donde no se refiere a los clérigos, sino a los mendicantes que piden gallofa “para los pobres y ponen en ello gran diligencia, haciendo grandes muestras de caridad, y la verdad del negocio es que ellos no lo hacen sino para aprovecharse de lo que se les queda entre las uñas». Vamos ahora con lo erístico. El fraile, como decimos, hurta de los pobres en su provecho, y el otro (el clerigote) de casa, de la iglesia (= casa de Dios), «para sus devotas» y para ayuda de otro tanto; pero aquí «devotas» no puede entenderse en el sentido de «mujeres consagradas a la oración» sino en el de «piculinas» (cf. Lozana andaluza, XX: «[Hay] putas devotas y reprochadas de Oriente a Poniente y Setentrion»; o este texto de la Segunda Comedia de Celestina de Feliciano de Silva, acto IX: «Cada cual como recibía de aquellos diezmos de Dios, así lo venían luego a registrar para que comiese yo y aquellas sus devotas»). De traza que el fraile pide para sí, y el clericus para sus puterías y para ayuda de otro tanto; a saber: y para sufragio de lo propio, de lo que comporta el puterío: mercedes, hijos -si los hubiere-, etc., etc.

El texto queda explicado así:

«No nos maravillemos de un clérigo ni fraile porque el uno [el fraile mendicante] hurta de los pobres, y el otro [el bonete] de casa [de la iglesia] para sus devotas [hetéricas] y para acorro de otro tanto [para ayuda de lo mismo, de lo que comporta el puterío: yapas, hijos, etc., etc.], cuando a un pobre esclavo [Zaide, el padrastro de Lázaro] el amor [no el vicio, como al clérigo] le animaba a esto [el hurto]».

El appetitus sensitivus et galamerus de Lázaro le lleva a dar cuenta de la longaniza del chindó. En levantándose este llegó a olerle, y por la uña sacó el león: «… con gran agonía que llevaba, asiéndome con las manos, abríame la boca más de su derecho, y desatentadamente metía la nariz…» (pág. 108). Más ayuso: «Y con esto, y con la brevedad del tiempo, la negra longaniza aún no había hecho asiento en el estómago, y lo más principal, con el destiento de la cumplidísima nariz medio cuasi ahogándome, todas estas cosas se juntaron»… y al final gormó el trofeo. Anota Blecua que «destiento es palabra sin documentar, formada, creo, sobre el des-atentado antes aparecido en forma adverbial, y tiento. Significaría, por consiguiente, ‘poca moderación, descortesía’; en ese caso se provocaría un chiste con cumplidísima nariz, ‘abundantísima’ (¿‘sonasal’?) y ‘muy cumplida’, que hace cumplimientos cortesías. Otras interpretaciones -‘turbación’, por derivación humorística de ‘destiempo’- en F. Rico, y Claudio Guillén -‘sobrancería, desmesura, dérèglement’-».

«Destiento» es, con efecto, palabra no documentada en los primeros diccionarios, pero sí presente en ellos desde el XVIII-XIX en adelante. Según el DLE, formada a partir de des- y tiento, con el significado de ‘sobresalto, alteración’. Acierta Blecua al suponer que proviene de tiento, pero en cambio no estaría -a mi ver- relacionada derechamente con desatentado / desatentadamente (= con desatiento, ‘desasosiego, inquietud, perturbación del ánimo’; a partir de desatentar, ‘turbar el sentido o hacer perder el tiento’). El sentido de «destiento» no sería «poca moderación, guarangada», y no habría un juego con cumplidísima nariz (‘nariz muy cumplida, cortés’). La interpretación de Rico como derivación humorística de trastiempo me parece desacertada (no el sentido de ‘turbación’, como veremos). Claudio Guillén se aproxima más al considerarla un sinónimo de ‘alteración’ (pero no ‘exorbitancia, desmesura’). «Destiento», en este contexto, solo puede significar sobresalto: entre el cerote de Lázaro, la poca digestión y el sobresalto de ver cómo el ciego injería su narupia hasta la gulilla provocaron todos juntos la vomitona. «Destiento» no está relacionada con «desatentadamente» por dos motivos plausibles. El primero es que «desatentadamente» se refiere al estado emocional del ciego, no de Lázaro: poco antes ha dicho este que su amo llevaba una gran «agonía» (‘ansiedad, apremio’) tras enterarse de la trapaza del pícaro; de modo que asiéndole con las manos desatentadamente (= con desasosiego) metía la nariz en su gollizo… Por lo contrario, el «destiento» es un estado anímico de Lázaro, no del cegajoso: se siente sobresaltado ante la «cumplidísima nariz» del geronte (cumplidísima = larguísima, pues la tenía «luenga y afilada», habiendo «augmentado un palmo» con el enojo y vidriosidad…) injerida en su gollete.

Un poco más abajo, fue tal el coraje del ciego al enterarse del embeleco de Lázaro, que si no ocurrieran a salvarle no le dejara con vida su amo: «Sacáronme de entre sus manos, dejándoselas llenas de aquellos pocos cabellos que tenía, arañada la cara y rascuñado el pescuezo y la garganta. Y esto bien lo merescía, pues por su maldad me venían tantas persecuciones«. Escribe Blecua: «por su maldad: se refiere a la maldad de la garganta, incitada por el ‘apetito goloso’ por lo cual merece ella el castigo». Cita también el comento de José Caso González: «y esto lo alcanzaba yo [Lázaro] abondo, pues tantas persecuciones me venían por la maldad del ciego».

Mi interpretación:

Creo que Caso está más en alcance de la veri (con alguna precisión). ¿Quién lo merecía y qué es lo que merecía? A mi entender, es Lázaro quien merecía que lo sacasen de las garras del ciego -aunque luego «hiciéronnos amigos la mesonera y los que allí estaban»-, pues por su maleficio (del chindó) le venían tantas persecuciones (= «trabajos y atrafagamientos y pesadumbres del cuerpo y alma»); no solo las presentes, también las anteriores en que ha recibido coscorrones, repelones, tolondrones, puñadas, colodrillazos, jarrazos… Me pregunto qué pensaría Nabokov ante esta muestra de la spanish cruelty.

Copiamos este retaceo (Tratado primero, pág. 109), modélico desde un punto de vista retórico.

«Y en cuanto esto pasaba [la risada de todos por la aventura de la longaniza, del racimo, del pitaflo…], a la memoria me vino una cobardía y flojedad que hice por que me maldecía, y fue no dejalle [al ciego, cuando narigaba dentro de su gola] sin narices, pues tan buen tiempo tuve para ello, que la meitad del camino estaba andado: que, con solo apretar los dientes, se me quedaran en casa, y con ser de aquel malvado, por ventura lo retuviera mejor mi estómago que retuvo la longaniza, y no paresciendo ellas [las nares] pudiera negar la demanda [si el ciego desnarigado las recuestaba]. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así».

Noteja Blecua: «así que así. Expresión mal documentada. De todas las interpretaciones -‘forzoso’, ‘menos malo’, ‘cosa pasadera’, ‘mediana’, ‘no habría sido una mala idea’, que dan respectivamente Autoridades, Bonilla, Cejador y Jones-, me acuesto por la bien razonada de F. Rico: «Lo mismo me hubiera dado de un modo que del otro, las consecuencias hubieran sido las mismas para mí habiéndole mordido o no habiéndolo hecho». La presunción de Rico -continúa Blecua- puede apoyarse con el siguiente paso de Villalobos: «porque las palabras de los carteles y las razones y las justificaciones de las partes que sean así o que sean así, querría más un maravedí».

Mi comento:

De todas las interpretaciones que acopia Blecua, la de Rico es la que me parece menos aceptable por su incoherencia. Lázaro no dice en ningún momento que el resultado de morderle o no las husmas a su amo hubiera dado igual. Si así fuera, ¿porque escribió antes: «Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho»? Está expresando el deseo de que las narices del ciego hubieran sido cercenadas, no que las consecuencias de habérselas mordido o no fueran idénticas. De otro modo: Lázaro no está diciendo «Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así o que fuera así», con la disyunción interpolada (que fuera así que asado, «locución vulgar -según Autoridades– que significa lo mismo que de un modo, u de otro, u de una traza que de otra»). Lo que dice Lázaro es que ojalá le hubiera mordido las narices, porque de haberlo hecho en el punto en que se le pasó por la cabeza (en vez de dejarse llevar por su collonería y dejo) ya no se podría excusar el hecho, y no se tendría que haber lamentado (maldecir) después por no haberle mordido. Pluguiera a Dios que lo hubiera hecho, que eso fuera así que así, a saber, forzoso, pues no se podría excusar (no se podría huir la ocasión de que resultara un daño o detrimento de su acción). Sería un hecho consumado, sin vuelta atrás. De nada sirven ululatos por no haber hecho lo que debió hacer en su sazón. Si lo hubiera hecho, hecho estaría…

En el Tratado tercero, pág. 138 (ed. Blecua), leemos sobre el escudero pobretón, picardeando con las mozas del río; estas, viéndole enternecido como un Macías, le piden de bufetear, con el sólito pago (caronal):

«Él, sintiéndose tan frío de bolsa cuanto estaba caliente de estómago, tomóle tal calofrío, que le robó la color del gesto, y comenzó a turbarse en la plática, y a poner excusas no validas [‘válidas’]. Ellas, que debían ser bien instituidas [‘instruidas, doctrinadas’], como le sintieron la enfermedad, dejáronle para el que era».

Blecua: «para el que era. Los editores, cuando lo hacen, anotan esta construcción como si se tratara de una frase hecha: «supieron conocerle, y no pasaron adelante» (Carmen Castro: «Despreciativamente, como miserable que era»; Riquer, Rico…). Es frase que no he podido documentar. Creo, sin embargo, que debe entenderse todo el pasaje partiendo de los conceptos médicos iniciales -«el estómago, caliente por naturaleza, al enfriarse de improviso, a causa de la frialdad de la bolsa, provoca la palidez. Ellas, que habían estudiado bien el oficio de médico amoroso, le conocieron la enfermedad -la pobreza- y le dejaron para que le curara el médico a quien correspondía sanar esta enfermedad y no la de la pasión amorosa».

Mi comento:

La interpretación de Blecua me parece rebuscada (y chueca). No creo que el contexto tenga nada que ver con la medicina (¿preservativa?). El texto solo juega con las metáforas frío / calura. Lo que dice Lázaro es que las mozas pingonas, al conocer la dolencia del escudero (su impecuniosidad), le dejaron «para el que era» (= como quien era; a saber, pobre). En lo que están instituidas las gardas es en distinguir a los dinerantes, como marca de su officium… Rico lo considera «giro peyorativo» (y lo es, no tiene duda), acudiendo a Correas: «Dejarle para majadero…, para necio. Dejarle para quien es…, ‘para ruin’. Destos y otros nombres usa esta frase».

Escribe Lázaro de Tormes (vero autor del Lazarillo, según F. Rico):

«Solo tenía dél [el escudero] un poco de descontento: que quisiera yo que no tuviera tanta presumpción, mas que abajara un poco su fantasía con lo mucho que subía su necesidad». Blecua y Rico interpretan «fantasía» como presunción, entono (a partir de Covarrubias: «comúnmente significa una presunción vana que concibe de sí el vanaglorioso, filáutico y enamorado de sí propio»). Sin salirnos del significado de fantasía como presunción, tal vez haya que entender la fantástica según el juego de arriba / abajo que aparece en el texto, en el sentido que da Covarrubias de «fantasear»: «imaginar, devanear, fundar torres de viento, sutilizar algún concepto y subirle al punto». La fantasía del escudero le hace «construir castillos en el aire», remontarse a las altas esferas de la imaginación, tanto como sube su necessitas: mejor que se abaje un tantico de su burrísima fantasía.

Al inicio del Tratado quinto (págs. 158-159) escribe Lázaro de Tormes, refiriendo los presentes que el buldero hacía a los clérigos y curés: «Ansí procuraba tenerlos propicios, porque favoresciesen su negocio [la venta de bulas entre el vulgacho] y llamasen sus feligreses a tomar la bula. Ofreciéndosele a él las gracias, informábase de la suficiencia dellos. Si decían que entendían, no hablaba en latín, por no dar tropezón; mas aprovechábase de un gentil y bien cortado romance y desenvoltísima lengua. Y si sabía que los dichos clérigos eran de los reverendos (digo, que más con dineros que con letras, y con reverendas se ordenan), hacíase entre ellos un sancto Tomás y hablaba dos horas en latín. A lo menos, que lo parescía, aunque no lo era». A mi cuenta, todos los comentaristas (con la excepción tal vez de Carmen Castro, que interpreta: «Cuando venían a darle las gracias [los clérigos y flamines, al buldero], informábase…»; puesto que no sepamos qué sentido da a ese agere gratias); todos los comentaristas: Blecua, Rico y Caso marran el pasaje, que por otro lado es cristalino. El profesor Caso interpreta así: «… y llamasen sus feligreses a tomar la bula, ofreciéndosele a él las gracias. Informábase de la suficiencia dellos»; la puntuación de los editores modernos le parece carente de sentido, porque se perdería el juego picardigüelo de gracias: “las gracias materiales (su curelo) se las ofrecían a él». Blecua acota que es posible que la interpretación de Caso sea valedera, si bien se inclina por la puntuación moderna. Lo mismo que Rico («El testimonio de las ediciones antiguas… permite pero no impone la puntuación propuesta por J. Caso»). Y anota: «Nótese que el texto apunta que, si la bula es fuente de determinadas gracias espirituales, el primero en recibir «gracias» de cualquier género es el propio buldero».

Mi interpretación:

Creo que la puntuación moderna (la de Blecua y la de Rico, no la de Caso) es la de pro para la recta comprensión del texto. Su interpretación, no. Lo que dice Lázaro es que tras los regalos del buldero (unas peras, una lechuga murciana, un par de naranjas: cosillas) para tener propicios a clérigos y curiambros, estos le daban las gracias (bien en latín: gratias tibi ago; bien en castellano) por las dichas estrenas, y con ello el buldero se informaba de su suficiencia (si sabían latín o no). Si decían que entendían, no chamullaba en latín, por no dar tropezón: si daban a entender que sabían latín, el buldero no les hablaba en la lengua del Lacio, porque no la sabía. Entonces hablaba en donoso castellano. Y si sabía que los clérigos eran de los reverendos, etc. (si se daba cuenta de que no sabían latín, porque lo dirían en castellano, entendiendo que de clérigos instructos solo tenían el nombre), entonces les parrafaba a lo Santo Tomás macarrónico (latín «que lo parescía, aunque no lo era»)…

Escribe Alberto Blecua en la introducción de su edición (pág. 23): «El protagonista, Lázaro, es sencillamente un pregonero de Toledo al que el desconocido Vuestra Merced ha escrito pidiéndole detalles sobre un determinado «caso»… El «caso», como bien indicó Francisco Rico, no es otro que el que se narra en el último tratado, o dígase, la explicación de los rumores (opinio fuit) que circulan acerca de las posibles relaciones amorosas entre la mujer de Lázaro y el Arcipreste de la parroquia de San Salvador». Esta es la tesis más validísima, a partir de lo escrito por Rico en sus ediciones del Lazarillo. Esa interpretación general del sentido del Lazarillo me parece errónea (e incoherente). Veamos por qué. Lo que escribe Lázaro en el prólogo de su relato autobiográfico es lo siguiente: «Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba y relate el caso muy por extenso, parescióme no tomalle por el medio, sino del principio, porque se tenga entera noticia de mi persona, y también porque consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto». No nos interesa ahora analizar el subtexto del Lazarillo: su ironía, el hecho de que Lázaro acabe tan pobretón como empezó, que el trabajo de pregonero sea un curripén vil (como señaló Bataillon), el tema de la honra, los mogotes, etc. Lo que nos interesa saber primordialmente es cuál es el arranque de la novela, qué la motiva. Para mis luces, la tesis de Rico es incoherente. El desconocido Vuestra Merced no le ha pedido detalles por carta a Lázaro sobre «un determinado caso» (como escribe Blecua, pág. 23), entendido como «suceso, acontecimiento o hecho sucedido», según la prima definición de Autoridades: la explicación de los rumores sobre los amores de su mujer con el Arcipreste, su señor. Si así fuese, no habría hecho falta que Lázaro se remitiese al introito de su vida. Hubiera bastado con que contara al peticionario cómo conoció a su mujer, y cómo surtieron los rumores sobre su posible (y por la cuenta nada dubitable) infidelidad (pero entonces no existiría El Lazarillo; debemos explicar por qué existe la novela). Por otro lado, esa información podría habérsela proporcionado derechamente el Arcipreste, no Lázaro, ya que aquel es presentado en el Tratado séptimo como «servidor y amigo de Vuestra Merced» (págs. 173-174). De otro modo: el caso particular de Lázaro (la infidelidad de su mujer) sería vox populi, y holgaría que Lázaro se la contase a Vuestra Merced, pues este estaría al cabo de la calle, si su interés por Lázaro fuera realmente ese (cosa que dudamos). Yo veo las cosas del siguiente modo, declaradas por el propísimo Lázaro de manera patentísima al final del prologuísimo del libro: el caballero que se ha puesto en contacto epistolar con Lázaro no le demanda que escriba el caso («asunto, acontecimiento», en el sentido en que lo utiliza Lázaro en el Tratado último: «Hasta el día de hoy nunca nadie nos oyó sobre el caso») de los cuernos de su mujer, pero que muy por extenso «le escriba y relate el caso» de su vida (en el sentir, quizás, que da Autoridades: «Se toma también algunas veces por suerte, fortuna o hado»; cf. Covarrubias, en su primera definición: «Lat. casus, a cadendo, todo lo que aviene sin cumplidura de temor o esperanzamiento dello, y adverbialmente decimos a caso, fortuna, forte fortuna»; no olvidemos que el título completo del libro es La vida de Lazarillo de Tormes, y de sus fortunas y rencuras); de ahí que Lázaro diga a continuación que le parece mejor no tomar el caso (= la narración de su vida y fortunas) por el medio (conviene a saber: a partir del momento en que el caballero ha conocido de su existencia, la de un gachó que tras pasar por muchos lances -trabajos y aperreos- ha llegado a fungir «un oficio real», el de pregonero; después de todo, Lázaro ha alcanzado innegablemente cierto prestigio social en su ministerio gracias a su habilidad, «fuerza y maña», a tal punto que «casi todas las cosas del oficio tocantes pasan por mi mano».

El «caso» particular de Lázaro debió de llamar la atención del caballero, y por eso le pide que le escriba la historia de su vida); de ahí -decimos- que a Lázaro le parezca mejor (para poner en antecedentes al caballero de lo que ha llegado a ser) no tomar la narración de su vida por el medio sino d’emblée, «porque se tenga entera noticia de mi persona». Por eso, a diferencia de lo que cree Blecua («como mal entendió el añadidor de Alcalá», pág. 25 de su prolusión), el apócrifo continuador de la edición alcalaína concluía el libro con total coherencia así: «De lo que aquí adelante me suscediere, avisaré a Vuestra Merced» (lo cual demuestra, acaso, que el libro se entendió mejor cuando se publicó que tras décadas de crítica textual y filológica: con mucho avenimiento de críticos y cachipollas). Al caballero le interesa conocer quién es Lázaro de Tormes y cómo llegó a ser quien es. Por eso Lázaro comienza la historia de su vida ab initio, no in medias res, reservándose igualmente la prerrogativa de seguir contando los lances de su vida a partir del punto en que concluye su carta-narración.

¿Quién escribió el Lazarillo?

¡Qué gran pregunta! Ignoramus et ignorabimus!

Para unos, sería Lázaro de Tormes; para otros, el jerónimo fray Juan de Ortega (pero yo no creo que fuese un religioso, como diré), Diego Hurtado de Mendoza, Juan de Valdés o su hermano Alfonso (pertenecientes al círculo erasmista del Emperador); Sebastián de Horozco -con más cernes argumentos, según Blecua-, incluso Luis Vives… Escribo aquí mis conclusiones (de todo en todo conjeturales e hipotéticas):

1) No fue escrito por una gachí. 

2) Fue escrito por un gachó. Casi con seguridad un hombre de letras (con estudios universitarios o ingenio lego). Un hombre que señoreaba la rabulística, pero también alguien imbuido de la cultura popular, del folclore (como ha demostrado la crítica). No forzosamente un humanista, como se ha dicho.

3) No fue escrito por un hombre de religión, pero sí por un hombre religioso. Yo no veo metimiento erasmista ni valdesiano por ningún lugarTampoco la huella conversa. Su anticlericalismo es topiquísimo en la época (y en otras retrospectivas y pósteras). Me adhiero pertanto a la tesis de Bataillon. Quien escribió el Lazarillo era una persona religiosa, católica ortodoxa (como Cervantes, sin ir más alejos): el texto brinda muchedumbre de testimonios al respecto; lo cual no empece la crítica religiosa: a la venta de bulas, las desbaratadas costumbres del clero, etc. Todo lo contrario. Lo que se espera de un creyente ortodoxo es que critique precisamente aquellos artículos que se aparten de la piedad verdadera… Por otro lado, un hombre de religión (fraile, clérigo) nunca habría escrito en el marco de la Santa Madre Iglesia Católica esta frase: «Maldíjeme mil veces (Dios me lo perdone), y a mi ruin fortuna… pedí a Dios muchas veces la muerte».

4) El autor del Lazarillo era un humorista. Uno de los más grandes de la fumatura españolista y universal (comp. Hegel, Ciencia de la Lógica, Libro III, cap. I § B). Un representante de lo que Bajtín llamaría el «realismo grotesco». El humor del Lazarillo lo encontramos más tarde en el Buscón. No es el humor ferolítico de Cervantes; es ya el humor grotesco y esperpéntico de Quevedo.

5) Es probable que el autor del Lazarillo fuera musicante (tañedor de tiorba, órgano o vihuela; el vocabulario musical no es infrecuente en la obra: «discanto», «punto», etc.) o quier poeta (nativo o de oficio). Por muestra, fray Luis de Granada, el gran prosista del siglo XVI, tocaba el órgano. Y eso se nota en su prosa: la más musical de su tiempo… a vueltas con el Lazarillo. Que el Lazarillo está escrito por alguien que poseía el don del idioma, la poesía de la lengua, es indubitable, como demostrarán los siguientes ejemplos escogiserados al azar del inmortal libro:

pág. 120: «… lo más delicado que yo pude, del partido partí un poco al pelo que él estaba, y con aquél pasé aquel día, no tan alegre como el pasado». «Mas como la hambre creciese, mayormente que tenía el estómago hecho a más pan… moría de mala muerte».

pág. 142: «Con todo, le quería bien, con ver que…». «Y muchas veces, por llevar a la posada conque él lo pasase, yo lo pasaba mal».

pág. 144: «Aquí viera, quien vello pudiera…». «¡Y velle venir a mediodía la calle abajo…».

pág. 145: «¡Maldita sea ella y el que en ella puso la primera teja, que con mal en ella entré!». «… cuanto ha que en ella vivo, gota de vino ni bocado de carne no he comido». «… que a mi amo había hecho con dinero, a deshora me vino al encuentro un muerto, que por la calle abajo muchos clérigos…».

pág. 149: «Y ansí, de aquel de mi tierra que me atestaba de mantenimiento nunca más le quise sufrir, ni sufriría, ni sufriré a hombre del mundo, de el rey abajo, que «Manténgaos Dios» me diga».

pág. 151: «… ser malicioso mofador; malsinar…».

pág. 153: «… a la tarde ellos volvieron; mas fue tarde. Yo les dije que aún no era venido. Venida la noche y él no, yo…». «… sus arcas y paños de pared y alhajas de casa».

pág. 155: «… en mí no fuese ansí, mas que mi amo me dejase y huyese de mí».

pág. 163: «… mas si en algo podría aprovechar para librarle del peligro y pasión que padescía, por amor de Dios lo hiciese, pues ellos veían clara la culpa del culpado, y la verdad y bondad suya…».

pág. 176: «Mirá si sois amigo, no me digáis cosa con que me pese, que no tengo por mi amigo al que me hace pesar; mayormente, si me quiere meter mal con mi mujer, que es la cosa del mundo que yo más quiero y la amo más que a mí; y me hace Dios con ella mil mercedes y más bien que yo merezco» (hablando del MAL; texte à clef?).

pág. 177: «Quien otra cosa me dijere, yo me mataré con él. Desta manera no me dicen nada, y yo tengo paz en mi casa», etc., etc.

 

 

José Manuel Corredoira Viñuela (Gijón, 1970). Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Oviedo. Dramaturgo y profesor español. Su obra, escrita con profusión barroca, de corte experimental y vanguardista, ha sido saludada como una de las más originales e innovadoras del panorama teatral actual. Destacan los títulos: Pontodapai teatrai (2005), Bestiario de amor (Ñaque Editora, Ciudad Real, 2008, prólogo de Fernando Arrabal), De una familia un espejo se venga por el reflejo (El perro blanco, nº 6, 2010), El tesoro escondido (De la luna libros, Mérida, 2010, Finalista del Premio «Luis Barahona de Soto»), Retablo de ninfas (Libros del Innombrable, Zaragoza, 2010, nota prologal de Juan Goytisolo), Entremés famoso de Argenis y Polidoro (La Luna de Mérida, nº 22, 2011),  Casa de citas (El perro blanco, nº 10, 2011), Elucidario sentimental (Libros del Innombrable, Zaragoza, 2012), Las vírgenes locas. Comedia escrita por cuatro ingenios desta Corte y Villa (Corredoira, RiazaMiras, Murillo; ​ Ediciones Invasoras, Vigo, 2018), Memorias, apariencias y demasías (Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021) y El infierno portátil (ADE-Teatro, nº 196, abril 2024).

 

Portada: «La vida de Lázaro de Tormes y de sus fortunas y adversidades». Editado en 1554 en Medina del Campo (España). Impresor Mateo y Francisco del Canto. Placa conmemorativa de cerámica, en la que el Ayuntamiento de Barcarrota reproduce la portada de una edición original hallada en esa localidad de la provincia de Badajoz, en agosto de 1992 y dada a conocer en 1995. @Biblioteca de Barcarrota

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