“Rascayú”: la novela «antirutinaria» de Raúl Herrero, por Esther Lapeña

Rascayú Raúl Herrero

Dicen que la realidad siempre supera la ficción. Eso dicen… aquellos que aún no han leído Rascayú.

Rascayú, la primera novela del ilustre patafísico Raúl Herrero, publicada por la editorial Limbo Errante en 2018, mezcla elementos de ficción y realidad hasta límites inverosímiles, en los que resulta enormemente complicado discernir entre ambos.

Podemos decir que Rascayú es una novela negra que se transforma misteriosamente en una parodia de la novela negra, tal y como El Quijote trastocara para siempre el género de la novela de caballería, a base de luchar contra molinos de viento.

Esta parodia del género policíaco, inspirada en los casos reales de los asesinos Romasanta y El Sacamantecas, tampoco ofrece datos temporales o geográficos concretos, situando la acción en un pueblo indeterminado, en algún punto entre los años 40 y 60 de la “España más profunda”.

El sargento Porrocho de la Guardia Civil, un héroe atípico que vive obsesionado con el libro “De la guerra” de Carl Von Clausewitz, será el encargado de investigar los asesinatos que se producen en el pueblo y que conforman la trama novelística o, mejor dicho, el hilo conductor que une el resto de historias tejidas a su alrededor, y en las que conviven personajes extravagantes como licántropos, feriantes, hipnotizadores de gallinas, niños siniestros, aristócratas corruptos, monjas voladoras…

Pero Rascayú no es solo una novela negra, también es una novela fantástica, una novela postista, una novela de terror, una comedia desternillante, una obra con tintes costumbristas… y a veces hasta una obra muy “pulp”.

Todo esto y mucho más pues, además de ser una genial novela, también le falta poco para ser un estupendo guion de una divertida película española.

Además de las referencias literarias, Rascayú también bebe de la influencia cinematográfica de directores como Friz Lang, Chicho Ibañez Serrador, Luis Berlanga o Jose Luis Cuerda, entre otros. No solo en cuanto a la trama (donde encontramos unos siniestros niños que inmediatamente nos recuerdan la película “¿Quién puede matar a un niño?”, o personajes tan surrealistas que parecen creados por el propio Cuerda) también en el ritmo rápido, los estupendos diálogos, y en el lenguaje vibrante, que hace uso de un vocabulario exuberante, repleto de inteligentes metáforas y juegos de palabras, que dotan a la novela de un ritmo trepidante y casi visual.

Otra característica que lo acerca al lenguaje de las artes escénicas es la elección de un protagonismo coral. Si bien, como decíamos, la historia del sargento Porrocho funciona en la novela como hilo conductor, son la luz, la voz, el lenguaje, el escenario, la música y los sutiles detalles, los que completan y dan sentido a la trama y la personalidad de todos los personajes, formando un gran un mosaico, una gran obra coral.

Esta puesta en escena también está íntimamente relacionada con el lenguaje teatral. No puedo evitar pensar en la importancia y la herencia recibida del “Teatro del Horror” del gran Francisco Nieva, o del “Teatro Pánico” de Fernando Arrabal, en donde lo cotidiano se combina continuamente con lo fantástico e incluso lo fantasmagórico, con el fin de traspasar las fronteras de la “realidad”.

El propio autor señala en el Proemio de la obra, lo que podríamos considerar la “intrahistoria” de la novela, tres nombres de referencia: el mencionado Fernando Arrabal (autor también del panegírico que antecede la historia), Francisco Ferrer Lerín, y su querido Antonio Fernández Molina (al que rinde homenaje también a través del título, pues recordemos que en “Solo de trompeta” ya aparecían unos personajes entonando la canción de “Rascayú”).

La imaginación y el humor, instrumentos diferenciadores y fundamentales del postismo, lo son también del estilo de Raúl Herrero que con esta obra proclama las abundantes virtudes de la literatura “antirutinaria” (término que le gustaba mucho a A. F. Molina) y “la locura controlada”.

De hecho, advierto al lector de que se trata de una locura tremendamente contagiosa, y que la lectura de esta novela puede provocar que la gente “corriente” le mire mal, incluso con envidia, cuando ya no pueda contener la risa en público (o comience a imaginar que su cuñado es un licántropo).

No me entiendan mal. No hay de qué avergonzarse. Tras sus muchas capas, Rascayú es, ante todo, un libro divertido, original, atrevido, hilarante, de esos libros que los médicos te recomendarían para el dolor de estómago o de muelas.

De esos libros que yo recomendaría a todo el mundo.

 

Reseña: Esther Lapeña

Obra: ‘Rascayú’, Raúl Herrero, Ed. Limbo errante, Zaragoza, 2018

 

 

RAÚL HERRERO (Zaragoza, 1973). Es escritor, pintor, editor y director de la editorial Libros del Innombrable (desde 1998 hasta la actualidad). Ha publicado los poemarios Los puntos cardinales (1996), El mayor evento (2000), Officium Defunctorum (2005, 2010), Los trenes salvajes (2009), Sombra salamandra (2016), Te mataré mientras vivas (2017), entre otros. En relato ha publicado Así se cuece a un hombre (2001) y El Éxtasis (2002), además de incluirse relatos suyos en diversas revistas. Ha presentado cinco obras de teatro: El hombre elefante (2009), El indómito y extraño caso de Gregoria (2009), La matanza de los inocentes (2008), Cervantes de perfil o la venta de los milagros (2012) y El despachito (2012). En 2018 publicó su primera novela, Rascayú (Limbo Errante, 2018). Ha colaborado en medios y prensa como Heraldo de Aragón, L’ Atelier du roman, Leer, Quimera… Ha prologado y editado obras de Antonio Fernández Molina, Josep Soler, Mariano Esquillor, J. M. de Montells, entre otros. Ha preparado las ediciones Antología de poesía Postista (1998), Credo quia confusum —Poesía reunida de Fernando Arrabal (2016), Cuentos insólitos de la literatura española, Arrabal 80… Junto a Luis Vidal ha dirigido el documental El boxeador. Perico Fernández (2013) y Visiones de Dios. Es Correspondant en el Collège de Pataphysique de París y Caballero de Ordo Sancti Michaelis in Hispania.

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